lunes, 22 de septiembre de 2008

Contrapunto

Una preciosa criatura, caminaba por la acera de lo superfluo, mirando los envoltorios de fina seda, que se asomaban a los escaparates de la abundancia.Unos zapatos de doce centímetros, hacían equilibrios, para no derribar a tan bella portadora.
Distraidamente, vio las lagrimas del animal, reflejadas en los brillos de un carisimo bolso, mientras la indumentaria de pulido brillo blanco, envolvía la silueta de un relleno de porespan.

En la esquina, un hombre pobre, un paria, un deshecho de la sociedad, tomaba del suelo la punta de un cigarro, lo encendía con gran ceremonia, y sonreía de su buena suerte. Tenia tabaco y el Sol alumbraba. ¿para que mas?.

Emilio Medina M.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Tarde pero seguro


La había dejado. Así, como se echa un envoltorio de papel cuando ya no es útil su función.

Pero ella no acusó el golpe; no entendió hasta mucho después ese abandono –quizás fuera su mente intentando preservarse del dolor de la caída contra el suelo de la realidad.

Siguió su vida como si nada; intentó ser otra, una nueva persona llena de metas diferentes a las compartidas. Tal vez si olvidaba el pasado, su futuro fuera al menos remotamente digno de vivirse.

Los recuerdos de momentos juntos, de esas largas sobremesas de platos especialmente preparados para él ; de cenas en la que adivinaba el abandono en los ojos de su amado, todo se iba ensordeciendo con el paso inexorable de los días –aunque no cicatrizando.

Todos los días se decía a sí misma que debía recomenzar, que todo había sido una pesadilla, que él seguramente debía haberse arrepentido de haberla pisoteado de tal forma.



Cuando se enteró que él había muerto al poco tiempo de separarse, sintió egoístamente que sus penas habían terminado. Lloró unas últimas lágrimas por él y supo que no le habían mentido sobre los efectos del azogue * - éste era lento pero inexorable.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Breve

En su ruta trae
el marinero ojos
de noche azul.

Julia del Prado (Perú

miércoles, 10 de septiembre de 2008

POR MI ALMA

Como una mariposa inextinguible,
como un ángel de rosada presencia,
como un vals de Chopin,
como un lirio enamorado,
como un poema árabe,
navegaste por mi alma.

Rubén Villalba

viernes, 5 de septiembre de 2008

Gustav

Suelo meter la mano en la galera -lo sé, no me lo digas-: no hace falta magia para encontrar lo que uno busca. Pero es parte del juego el goce-riesgo- sorpresa de la búsqueda a tientas.
Hoy surgiste vos desde el aliento del huracán espantando palomas y conejos, excitando recuerdos. Volví al 78. Aterricé a la sombra de tus ojos grandes y volvieron a latir mis quince años recostados en tu pecho. Alerta mi boca atrapó al vuelo el ardor de aquéllos besos ¡los primeros! y el ímpetu cósmico de nuestra caricia irresponsablemente apasionada, resbalando por las caderas de la noche. Si fuera cuestión de morir o matar -muero y mato- por encontrarte otra vez entre los suspiros de la hiedra en aquélla vieja escalera a los sueños, para ofrecerte los jazmines que hiciste un día brotar en mis pechos.



Patricia Ortiz

LUNA MISTONGA





La luna se asomaba entre las nubes derramando sus rayos color plata y en la esquina del cafisho dejaba una luz tenue de esperanza.

La luna se perdía entre las vanas sonrisas de los transeúntes enamorando, a su paso, a los sensibles corazones que aún le hablaban.

Orgullosa de su andar por Corrientes, a veces se enganchaba en un corte al oír un tango arrabalero que el Polaco tarareaba.

La luna, esa amiga, consejera silenciosa de los yiros, de las percantas, del bacán, del poeta y del bohemio, siempre vigente en su esencia seductora, los mira, protectora, despertando los más profundos sentimientos.

Por el amor que fue, por el que vino, por la pasión hecha cadencia, sólo ella es la mistonga orillera que vibra en los corazones.

Por ser luna, misterio, canto y poesía, prevalece en el alma del eterno amante.

Elisabet Cincotta
derechos de autor reservados

martes, 2 de septiembre de 2008

MUÑEQUITAS




Vestíamos muñecas con trajes festivos, zapatos taco aguja y labios carmesí.
Las llevábamos al patio, entre glicinas les hacíamos almohadas de ingenuidad. Bebían el té en hamacas, nosotras tomábamos yerbeado con pan casero.
Ellas usaban estolas, nosotras bufandas, punto santa clara, hechas por mamá.

Entre historias imposibles de mosaicos de tierra -rodillas lastimadas y pies descalzos- nuestra noche triunfal olía a café con leche. Ellas brindaban con champán.

Elisabet Cincotta
derechos de autor reservados