En una estación sin nombre, en la opacidad de una mañana, un tren más que se anuncia. Llega y lo recibe ese perro, sus ladridos estridentes, quebrados, rotos.
Uno observa la escena y lo ve correr a lo largo de los vagones, por el andén, al parecer invisible para la mirada de los otros. Sube, y a poco vuelve a encontrarlo: se despereza ya en algún lugar entre el bosque de piernas, indeciso. Y se pregunta entretanto a quien buscarán esos pasos, qué metáfora del abandono hay en esa mirada de perro, en ese pelaje hirsuto, del color del olvido, que ninguna mano acaricia jamás. Cuántas piedras en el pobre lomo, castigado por tantos inviernos.
Qué historia cuentan -¿sabrán llorar a su modo triste?- esos ojos oscuros.
Qué extraña idea sobre ese hueso de Dios en torno al cual el mundo sigue dando vueltas, a la distancia justa del Sol.
Jens
Alejandro Drewew
setiembre 2005 – febrero 2008
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