Lo había lastimado. Lo sabía.
Tantos años acumulando dolor e impotencia, ahorrando energía robada al tan necesario sueño, sacrificando el presente en pos del incierto futuro.
Sus músculos pregonaban la fuerza de miles de fibras contrayéndolo todo, incluso la rabia.
Se había convertido en una eficiente máquina de asalto, un arma mortal que destruía todo a su paso sin detenerse en detalles ni opciones.
Nadie jamás lastimaría su coraza; su pecho amurallado estaba dispuesto a resistir miles de embates sin acusar tan siquiera un roce.
Pero ahora, esa defensa, esa herramienta que convertía su humanidad en impenetrable le había traicionado.
Él yacía en el suelo: y de ella era la culpa.
Pensó en la esencia del escorpión, en el involuntario reflejo que la llevaba a defenderse de todo movimiento agresor, en la cima a la que sus pasos la habían conducido.
Se inclinó hacia él, aunque más no fuese para tocarlo…siquiera para decirle que quería que siguiera intentando acercarse a ella.
Un grito la paralizó
-¡¡Nunca más te abrazo por sorpresa!!.. ese karate de mierda me va a romper los huesos un día -bramó la voz masculina.
Liliana Varela
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