jueves, 20 de agosto de 2009

XVI

Apenas si respira, su cuerpo se ha tornado gris como el invierno. Cambió sus ropas a rojos y verdes, igual su tez sigue gris, sus ojos opacos circundan el ovillo del andar. Se pierde por los laberintos de la propia vida, retoma inconsciente cada por qué sin respuesta... huye de sí. Intenta, en el ocaso, sostener el sol con su mirada, la noche se cierne. Ella se acurruca y se acuna en la soledad del resplandor de la luna. Desarma y arma cada pieza del rompecabezas. Faltan partes, dónde se esparcieron, en qué trayecto arrinconado de sueños amarillos desbrillaron su cadera y su sonrisa.



Ella está rota... alguna vez quizás tenga respuestas, encuentros, amaneceres acompasados de silentes manos... hasta ese entonces seguirá rota.





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XVII



Vive serenamente caminando sus orillas, madrugadas sin desiertos, sin montañas... ¿sin fracasos? Una ardua tristeza solitaria la guía. Siente el cuerpo vencido... golpes de fatiga... los brazos enlutados, inertes avanzan sin llantos. Arría una mueca ligera que semeja sonrisa y el tiempo en lugar de curtir las heridas las lacera día a día.



Esconde en el cofre de los sueños el dolor que la inunda. Por fuera siempre alegría, nadie sabe que está hecha trizas.








Elisabet Cincotta
de Quebrada/Ed. Muestrario/2008

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