Brincaban algunas estrellas, embriagadas de felicidad, entre los límpidos copos de nieve que encendían el nuevo amanecer.
La ventana, enmarcada en las últimas sombras de la noche, descubría la silueta del pastorcillo arrodillado ante el milagro de una vida naciente.
La breve y joven sonrisa de la madre iluminó el firmamento.
Manuel Cubero
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