Caminó hacia la puerta. Cada paso imbuía un recuerdo, un sentido de momentos célebres, victorias, pérdidas, trances pasajeros de amores ya lejanos.
Sin premura la cruzó, no acusaba la desolación que invadía su cuerpo extremadamente vacío de sí. Se detuvo un instante, llevaba una mochila, le pesaba demasiado para los pocos objetos que cargaba.
Inútil sería dejar el trébol de cuatro hojas que ambos habían recogido en la plaza de su juventud, ni el pañuelo con que secó sus lágrimas cuando murió su padre o el retrato de sus hijos del año nuevo, aquel de la pobreza.
Volvió sobre sus pasos, entreabrió la puerta, y casi en un susurro le dijo: te perdono.
Reinició su ida sin lágrimas. Su mochila... ya no pesaba.
Elisabet Cincotta
de "Bordando la despedida"/2007
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