Me atenazó el cuello con sus garras; no podía respirar.
El aliento había descendido al diafragma negándose a morar en las cavidades respiratorias. Tuve pánico.
Tal vez si cerraba los ojos la visión pudiera desaparecer; era cuestión de probar.
El sudor amenazaba con lubricar toda porción de piel y hubiese dado cualquier cosa por estar bajo una fría corriente de río.
Su mirada me congeló cual basilisco; sentía como la piedra invadía poco a poco cada una de mis células y ni el grito era capaz de asomar –ocultándose cobarde vaya a saber en qué habitáculo corpóreo.
Sentí el crujir de las vértebras bajo su abrazo de oso y quise que la muerte fuese súbita
al momento de la sensación.
Volvió a extender su brazo armado hacia mi (como si fuese poco el efecto que su mirar producía en mi organismo)
-¿Va a pagar la cuenta usted? –preguntó extendiéndome un papel.
Liliana Varela 2008
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