Manuel Cubero
La tarde tendió su rojo manto sobre el horizonte. Los árboles, preñados de color, lanzaron un mensaje de muerte, ladera abajo, tras el inocente y doloroso grito de unos niños.
Sólo la noche fue testigo de cómo un leve soplo de viento barrió del mundo la última huella del cándido trasunto vital de aquellas ígneas nubecillas.
Mientras, lejos, desde un lujoso despacho, el buitre proyectaba un nuevo bosque de hormigón.
Manolo
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