Patricia Ortíz.
Sentada en la rambla, con los pies descalzos colgando hacia la playa, miraba absorta el mar. En sus pupilas cobraba vida un antiguo naufragio; de pronto saltó con agilidad cayendo sobre la arena y corrió desesperada agitando los brazos en dirección al mar. Los restos enmohecidos de un gran barco encallado cien años antes en esa costa brillaban en la lejanía con los potentes rayos del sol al mediodía. Llegó a la orilla y gritó. Un alarido agudo de dolor que provenía de sus entrañas se estrelló contra la marea y cien lirios azules brotaron entre la espuma. Escuchó su nombre, alguien la llamaba desde el fondo del mar, se disponía a sumergirse cuando la fuerte mano del viejo pescador la tomó por el brazo. Emilia, vamos muchacha, que se ha hecho tarde ya y no has tomado el medicamento. Emilia se dejó llevar dócilmente, sabiendo que todas las luces estaban a punto de apagarse, hasta la mañana siguiente.
Patricia Ortíz.
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